Adiós, no puedo vivir sin ti

Que duro es decirle a alguien adiós
y a la vez
“no puedo vivir sin ti”

Pero sonaba James Blunt en la radio
y yo volvía a casa con el congojo en la garganta
en el bolsillo lo de siempre
“estoy cansada
mañana trabajo
pasadlo bien”
tenia diecisiete segundos exactos para la despedida antes de que cayeran las primeras lágrimas
luego el taxista callaba y me guardaba el secreto
las canciones tristes
los sollozos
la respiración entrecortada
y las veces que repasaba en silencio tu conexión sin decirte nada

No esperaba nada y eso me repetía,
que eso es lo que vendría
el silencio
la angustia despertándome cada mañana entre pesadillas
soñando tu cara
tus ojos
tu “quédate,
te juro que te llevaré conmigo”

Pero James Blunt me lo decía al oído en el minuto 1:22
Adiós mi amor
No puedo vivir sin ti
y eso era exactamente lo que pasaba
que como no puedo vivir sin ti tampoco sé hacerlo contigo

Intenté contar las veces pero las había olvidado
cuantas te lo había dicho
y tú reías
porque al día siguiente yo volvía al silencio
y tu a jugar a que no te había dicho nada

Pero a veces la despedida llega sin que la esperes
sin que te la encuentres
se planta en tu puerta y te abraza
obligándote a irte
a despedirte
te deja ir antes de que yo te lo haya dicho.

Se rompe todo
y sabes de sobra de eso
porque te has visto rota
y yo siempre he estado ahí
recogiendo los pedazos a tu lado
viéndote brillar sin que me miraras
observando tu dolor sin decir nada
atragantándome con la tristeza y las ganas de abrazarte solo para no dolerte el alma
un poquito más

Pero tú no te das cuenta
y todo eso te lo he perdonado
de cuando me rompes
sin querer
pero lo haces
y nadie recoge mis pedazos porque a todos les he apartado para hacerte hueco a ti
y la soledad me da de lleno en el lado izquierdo
lo llena todo de un color muy feo
de toda la tristeza acumulada
de todo el vacío por lo que te llevaste tú.

Adiós mi amor
eso sonaba todo el rato,
y llegaba a casa y los vecinos me miraban con pena en los ojos
y se que todos pensaban
“¿de quien sera este corazón roto?”

Lo veía en sus miradas
en los centímetros de cordialidad que guardaban con mis ojos
como si no me hubieran visto llorar ni llevar tu nombre escrito en la frente

Se lo agradecía en silencio y buscaba las llaves
había ruido en casa
cerraba la puerta para disimular
que piensen que estoy borracha
y no tan llena de dolor
mañana me pondré la sonrisa de nuevo en la cara y me inventaré alguna excusa para no explicar nada

Porque de todos modos nadie lo entendería
ni yo seria capaz de contar que tengo enredados como espinas todos los recuerdos,
que han pasado ya los años y yo sigo clavada en la primera noche
en el primer atardecer
en el primer abrazo
en las primeras dudas
los primeros besos
los primeros cosquilleos
el primer te quiero
la primera huida
la primera sonrisa
el primer brindis
el primer susurro
la primera vez

y como no me salen las palabras
opto por callar y disimular
como si supiera,
ojalá supiera,
pero llevo el dolor por bandera y los resquicios llenos de tu risa
y te juro que eso se me ve en los ojos, mi amor
que no hace falta que me explique
que para todos los demás soy la chica de los sueños
de los bailes
de las locuras
y de los deseos
pero en el fondo
no soy más que tuya
y nunca voy a ser
de nadie más que tú.

Aunque nadie lo sepa,
aunque les mienta
en el fondo, cuando estoy conmigo
la realidad me da esta bofetada y me grita al oído: este es el momento,

el momento

de decirte adiós

Lejos

A veces creo verme en algún reflejo de mi risa, en el espejismo de una mirada, de reojo en un cristal. A veces asoman en mí trocitos del pasado, y me saluda la niña que fui para despedirse una vez más y susurrarme desde lejos. A veces cuando la busco ya no está, y es entonces cuando me siento perdida preguntándome en qué momento dejé de ser para parecerme a lo que soy hoy, que igual no es mejor ni peor, sino una versión distinta y a veces irreconocible de mí.

Pienso en que la mejor versión de todo esto te la quedaste tú, se la quedaron tus sonrisas, por la manera en la que veías brillarme los ojos al hablar. A ti te pertenecen las dudas y los bailes, las palabras y los versos, el sentir sincero de querer verte feliz mucho antes que a mí. Todo lo demás se quedó conmigo, en los días a oscuras, en las noches en blanco, en cuanto tu risa desaparecía de todo este eco y solo quedaba el silencio. Y entonces no sabía darle sentido a todo lo nuevo y me quedaba callada mirando al techo esperando una señal para seguir hacia adelante. Para saber hacia donde.

A veces no sé qué hacer con este dique de sentimientos que tuve que construir hace tiempo. Por cada una de las quinientas veces que tuve que frenar el huracán para que todo esto que se revolvía por dentro no llegara hasta tus ojos. Aprendí a contenerlo todo en el lado izquierdo para no mostrar aquello que me dolía, que me importaba, que me estaba destrozando lentamente. Para borrar algunas de tus palabras un segundo antes de escucharlas, para creerme mucho más fuerte de lo que sabía ser, para no dejarte ver por dentro y luego derrumbarme -siempre a medias- y romper el silencio. Nunca del todo.

Y con cada piedra, con cada ladrillo, con todas las veces que sin quererlo hacías de mis venas añicos, construí toda esta muralla alrededor que al final no consiguió protegerme, sólo aislar todo el resto.

No sé qué hacer con todo esto cuando pesa tanto que me cuesta sostenerlo dentro, pero ni siquiera puedo llorar porque ya no me acuerdo de como se hacía esto de ser sincero a pecho descubierto. No sé mirar a la cara y reconocerlo. No sé explicar, no quiero escuchar respuestas, no quiero formular preguntas porque ni siquiera sé qué quiero saber. Sólo sé que todo esto antes no era así y ahora es tan distinto que tengo que aprender a autogestionarme de nuevo para llegar a entenderme. Si no lo sé hacer yo, imagínate si un día tuvieras que llegar a hacerlo tú.

Pero a veces, me encuentro en el reflejo sin buscarme y siento este latido dentro que me recuerda que todo esto me está aplastando las ganas de ser feliz. Que ya no veo mi futuro aquí. Que ya no te veo a mi lado. Que los sueños que tenía forman parte del pasado. Que ya no sé imaginarme entre estas calles. Porque hace mucho que quien las recorre ya no soy yo, sino una versión barata y descafeinada que no se acuerda de vivir. Y cuando crees que vivir es sentirlo todo, te juro que esto, es como estar muerto.

Por eso he dejado de verme en esta ciudad, en este mar, y necesito reencontrarme allí donde las baldosas no arrastran recuerdos, ni las calles llevan tu nombre. Allí donde los inviernos no tienen tu voz, y los chicos salen a beberse las noches con la tranquilidad del que no tiene nada que perder y todo el mundo por ganar.

Y allí es donde quiero estar.

Lejos.

Donde no se me encoja el corazón al pasar por tu portal. Donde no sienta el peligro de cruzarme con tus ojos sin quererlo. Donde no retroceda diez kilómetros solamente por mirarte.

Hay historias que sólo se entienden con la perspectiva que te da la distancia.

Y el olvido.

Hay cicatrices que no duelen estando lejos.

Hay heridas que sólo se curan así.

Todo este invierno lleva tu nombre

Ahora que empieza la primavera,

que dejamos atrás el invierno

me doy cuenta de que con él,

me marcho sin mirar atrás alejándome de ti.

Es inevitable recordar tus ojos entre el frío, acercándome entre la gente para cruzarme de nuevo con tu sonrisa, los paseos entre risas, las miradas furtivas, el color de mis mejillas sonrojándose cada vez que decías algo más de la cuenta.

 

Todo este invierno lleva tu nombre, y tus ganas,

y lleva la falda que no podías esperar a llevar,

-ahora podrás hacerlo,

y enseñarle al mundo por qué tantos perdieron la vida en las curvas de tus piernas-,

y lleva el aroma del café que precedía al vino,

y el perfume de tu cuello,

que embriagaba junto al vino las tardes junto a ti.

 

Pienso en lo cerca que estuve de llamarte mía, y en todas las veces que desatamos el incendio conscientes de que el fuego nos dejaría cicatrices, sin parar de encender la llama. En cómo nos besamos las heridas cada vez que poníamos alguno de nuestros secretos encima de la mesa, y en cómo se desataba mi nudo en la garganta al encontrar en tus ojos la comprensión exacta de lo que a veces cuesta tanto admitir.

 

Me da miedo que con las flores se extingan también los recuerdos, y recuerde nublada todas las miradas que repetía una y otra vez en mi cabeza para convencerme de que todo esto era real. Me da miedo que el viento helado sacuda tus dudas y arrase nuestra historia como un punto final. Como si nunca hubiera existido, como si nunca hubieras estado aquí.

Me da miedo dejarte ir

que te alejes sin pedirme que me quede,

que formes parte de algo que contar,

una anécdota,

una herida,

pasado.

 

Ya no cuesta imaginarse la vida sin ti, ahora lo que cuesta es (sobre)vivirla. Y darse cuenta de que todo el vacío que anticipé es así de frío, y que las paredes suenan huecas si no estás tú para llenarlas con el sonido de tu risa.

No sabes cuanto echo de menos verte feliz. Ojalá pudiera borrar de algún modo la sombra de tus ojos y devolverte la sonrisa, y devolverte al principio de todo para hacerlo bien – si es que es posible – por una vez.

No sé si me arrepiento de haber recorrido el camino de curvas que me llevó hacia ti, porque sé que sería muchísimo más fácil si no lo hubieras dejado tan difícil para escribir una nueva historia. Más fácil sin la losa de tu recuerdo aplastándome los huesos, e impidiendo a mi lado izquierdo abrir una nueva ventana, tomar aire,

y olvidar.

 

No sé si alguien podrá estar a tu altura, o si yo me desharé de todos estos miedos y todas estas dudas que dejaste de regalo, y podré abrir de nuevo los ojos -y el alma- a otra persona que igual no sabrá cuidar tan bien de mis cicatrices como lo hacías tú.

Por eso me marcho sin mirar atrás

pero a paso lento,

despidiéndome del invierno agarrada de la mano a tu recuerdo,

por si vuelves prometiendo primaveras

y esta vez

decides quedarte.

 

 

Ya no

A veces de repente algo se rompe.

Y sabes que ya no.

Quizás nunca llegues a entender el por qué, ni por qué ahora.

Pero te das cuenta de todas las noches malgastadas en vano en las que las lágrimas no te dejaban ver más allá. Cuando el miedo te paralizaba y te sellaba los labios. Cuando toda aquella electricidad te recorría las arterias.

Te das cuenta de que diste una vida y media a alguien que nunca quiso media noche.

Y ya no la quieres tú tampoco. ¿Para qué?

El muro no se rompe, las personas no cambian, quien creías conocer ya no existe, y quizás en realidad nunca existió.

Que su sonrisa era un antifaz que tapaba algo mucho más oscuro. Que todo era un espejismo y jamás significaste nada. Que las palabras se las lleva el puto viento y seguirá volando hacia otras bocas pero nunca volverá a casa. A aquello que sentías cuando entraba por la puerta. Pero aquello nunca fue hogar, y jamás volverá a serlo.

Ya nunca.

El primer día de mi vida sin ti (y todos los demás)

 

Hay una foto que siempre me lleva a ti, y hoy la he vuelto a ver.

 

Jamás olvidaré esa noche. Me veo sonreír, rodeada de gente, y sólo me viene a la cabeza cómo, en realidad, me costaba respirar.

 

Para siempre sólo quedará esa instantánea, mi sonrisa congelada en el papel, pero a mí siempre me lleva a cuando tenía que ir corriendo a encerrarme en algún baño porque no podía aguantar las lágrimas ni un segundo más. Me lleva a la sensación de vacío que sentía en todo mi cuerpo sólo porque me enfrentaba a algo que jamás había sentido y que me aterraba profundamente. Me lleva a mis pupilas vacías, mirando a la nada. A cómo todo perdió el sentido de repente. Me lleva a las sonrisas forzadas y a las miradas en el suelo. Al hielo, a las copas y a cómo creía que el alcohol conseguiría que me olvidara de ti por un momento. A cuantas noches desembocó esa. A desaparecer a las cuatro de la mañana porque me despertaba de esa anestesia forzada y la realidad me golpeaba en la cara, y tú ya no estabas para abrazarme.

 

Cuántas veces quise hacerte creer que seguía adelante a través de fotos como esta, como si mi vida no hubiera dado un giro de 180 grados ni todo estuviera desordenado de repente.

 

Ese fue el primer día de mi vida sin ti. El primero de muchos. De más de los que pasé a tu lado. Porque aunque ni siquiera imaginaba contemplarlo entonces, la vida siguió, dejaste de doler, y volví a enamorarme.

 

Jamás olvidaré esa noche pero sí me he olvidado del dolor. Qué inteligente es el corazón cuando quiere, que con el tiempo te vuelve la misma insensata que eras antes de jurarte que jamás volverían a romperte el corazón. No he vuelto a tener esa sensación, ese dolor inexplicable, no he vuelto a sentir arder las venas de la impotencia, pero he vuelto a la cornisa del abismo dispuesta a saltar, dispuesta a volver a quedarme sin respiración por otra que ya no eres tú, ni lo vas a ser jamás.

 

Veo esta foto y sé que es una manera que tiene el subconsciente de decirme que recuerde dónde estuve. Que recuerde la oscuridad, las noches sin dormir, cómo buscaba la luz a ciegas y jamás la encontraba porque no brillaba en tus ojos. Que me acuerde del peligro de jugar con fuego, porque a veces el problema no es quemarse, sino las cenizas que ahogan cuando la llama deja de arder.

 

Esto me recuerda a la persona que fui una vez y que jamás he vuelto a ser. Me recuerda a la tormenta y me consuela la calma que vino después, cómo sobreviví al huracán de sentimientos y de desesperanza, cómo me enseñó que te puedes doblar hasta límites insospechables, pero jamás te vas a romper del todo.

Aprendí muchas cosas, y con el tiempo, aprendí que las heridas se cierran pero las cicatrices siempre laten para recordarte el camino que te llevó hasta aquí. Tú eres parte inevitable de ese camino, eres la primera piedra, el primer desengaño, la primera herida.

 

Siempre pensé que jamás podría odiarte porque iba a quererte siempre. Ahora sé que eso es verdad, pero que ese amor forma parte del pasado, que te quiero de la misma manera que quiero a todas las cosas que han estado en mi vida, por una razón o por otra, y han servido para que hoy sea quien soy, y no otra.

 

Y siempre queda el miedo, el miedo de volver a ese sitio, pero sé que el día en que vuelva a encontrar la oscuridad, por lo menos tendré la certeza de que se puede salir de ella. Que, de igual manera que a veces piensas que hay cosas que no acabarán nunca, también sabes que hay otras que no durarán para siempre.

 

Por eso las ganas siempre acaban venciendo al miedo, porque el dolor se olvida, pero la felicidad no. Porque yo ya no recuerdo las lágrimas, pero sí recuerdo cómo se me escapaba la sonrisa cada vez que iba a verte. Cuando pasas del cielo al infierno, con el tiempo, sólo te acuerdas de lo que es el cielo. Y por eso siempre elegiré el cielo, y elegiré vivir del todo antes que protegerme y vivir a medias.

 

Nunca dejaré de hacer nada por miedo, porque no hay nada peor que la incertidumbre, ni siquiera el dolor. No hay herida que mate más que un solo atisbo de duda. Por eso siempre estaré dispuesta a saltar al abismo por rozar el cielo antes, y siempre elegiré pisar el acelerador cuando todo el mundo me diga que frene. Porque soy una inconsciente pero ojalá la consciencia sólo me atormente cuando tome la decisión equivocada. Qué cobarde es no arriesgarse nunca.

Creía saber lo que era el amor

Creía saber lo que era el amor

hasta que te a vi a ti deshojándolo

como quien le pregunta a las margaritas si le quieren

sabiendo ya la respuesta.

 

Creí haberme topado con él

en alguna cama,

en alguna esquina,

entre copas de cristal

y rojo de labios desgastado(s).

 

Pero ahora,

que he dejado de buscarlo en sitios equivocados,

ninguna de las luces de esta ciudad,

saben iluminarme como tú cuando despiertas.

 

He dejado de ahogar las penas

en vasos ajenos

porque al final el alcohol,

sólo me lleva de nuevo a tu sonrisa

y no hay droga más dura que recordarte cuando no estás,

para que sea sólo un esbozo de tu risa

lo que me llene las arterias,

para desangrarme después.

 

Creí conocer el amor

hasta que me vi a mí misma

disparándome la puta bala

para salvarte a ti.

Y en hacer de tu dolor mi causa,

y declararle la guerra a todos los idiotas

que te han hecho llorar alguna vez.

 

Creí conocer el amor

y haber querido tanto,

pero estos ojos jamás habían mirado

como te miran hoy a ti.

Y jamás un taconeo,

o el roce de una mano

me ha paralizado así,

esparciendo gasolina por mis venas

y desatando el incendio.

 

Porque no tenía ni idea de que el amor

también era dolerse,

morderse la lengua

y tragar saliva

para no derrumbarte los esquemas

con alguno de estos versos.

 

No sabía de arrancar espinas con los dientes,

de curar heridas con los labios,

de empuñar al dragón con los dedos descubiertos,

de enfrentarse al infierno que a veces llevas en los ojos

con una sola cruz.

 

Ni de mirar a alguien

como si fuera a acabarse el mundo donde acaban sus piernas,

y de soplar velas

y susurrarle a las estrellas

para pedir que se te cumplan los deseos

sólo para oírte reír.

 

Por eso creí que había conocido el amor

y sólo le había mirado de lejos

y ahora me acompaña siempre

y ya no me deja dormir.

 

Y lleva el color de tus ojos,

y tu pelo,

y la curva de tus caderas,

y suena como tu canción favorita,

que ya llevo por himno y por bandera.

 

El día en que todo salte por los aires

y me atreva a besarte,

le atraparé entre tus labios

y el amor nos hará a ti y a mi.

 

Y no quedará una esquina en Barcelona

en la que no lo pasee de tu mano

y en la que le grite a todos los idiotas

que no tienen ni puta idea de lo que es la suerte

si no te han conocido a ti.

 

Y yo, que creía saber y no sabía nada

lo he aprendido todo leyendo entre las líneas de tu espalda,

y ahora sólo quiero hablar tu idioma

y no entender de nada

que no me hable de ti.

 

Porque quererte ha sido

autodestrucción

y autoaprendizaje,

la mejor lección de vida,

de vuelo

y de caída libre.

Mi canción favorita

Pienso en la suerte de haberte conocido, y en realidad, en lo poco que (me) lo he dicho.

Cuando pienso en ti sólo me vienen a la cabeza la infinidad de cosas bonitas que tú eres, y las que me aportas, y pienso en que si esto fuera un lugar distinto y tú y yo, otras personas, no podría haber encontrado a nadie con una lista de requisitos tan parecida a con la que me atrevía a soñar.

Dicen que enamorarse es un acto reflexivo, que nos enamoramos de quien nos hace ser la otra persona. Que al fin y al cabo es sólo un ejercicio de egocentrismo porque lo que nos gusta es quienes somos cuando estamos con ella. Y me haces ser tanto… A veces te miro y siento que no existen suficientes horas en este mundo para agotarlas y aún así seguir queriendo besarte. Que en tus brazos la realidad es otra cosa. Que no existen las noticias, los atentados, las muertes ni la infinidad de cosas injustas que pasan fuera de tu abrazo.
Te siento dormir a mi lado y te busco inconscientemente incluso antes de despertarme, porque no sabes lo feliz que me hace verte por la mañana, y que me sonrías con esa energía tuya que me traspasas.

Siento como llenas con tus miradas cada hueco vacío, que esparces de luz cada rincón oscuro, que verte aparecer siempre me da motivos para no poder quitarme la sonrisa tonta de la cara. Me haces ser la más idiota de todos los idiotas que nos enamoramos así, casi sin miedo a nada. Porque el miedo no es otra cosa que lo que me encoge las entrañas cuando te siento lejos, cuando te abrazo al irme.

Y tú piensas que esto es sólo una visión distorsionada porque me tienes en la palma de la mano, como si no hubiera aprendido suficiente lo que es la objetividad y como si la belleza que reside también dentro de ti fuera algo que sólo yo supiera admirar. Tienes tanta luz que ni siquiera todo este montón de estrellas pueden hacerle la competencia a la forma en la que te ríes cuando me haces reír a mí. Que siempre me sacas una sonrisa y haces que pierda la noción del tiempo, como si el universo confabulara en mi contra para que todo acelerara cuando estoy contigo, y esos minutos perdidos los recuperara más lentamente cuando no lo estoy.

Y es entonces cuando vuelvo al momento en que te encontré y lo supe. Como si las señales de peligro que se iluminaban a tu paso fueran simplemente avisos que ignorar, porque tu atracción era más fuerte. Y retar al destino me parecía la única opción viable, porque moría por jugar entre tus sábanas ya desde aquel primer instante. Y aún ahora me cuesta tan poco evocar el recuerdo de la primera vez que me miraste, porque te sigo viendo de la misma forma cada vez que te veo, como si te conociera por primera vez cada vez que nos cruzamos las miradas de nuevo. Y es increíble (re)descubrirte cada día, porque nunca dejas de sorprenderme y de hacer que estas mariposas casi tan idiotas como yo me destrocen las entrañas de las ganas de tenerte. Eres la caja de las sorpresas más increíbles, caóticas y misteriosas que se han interpuesto en mi camino. Y eso me encanta, como todo lo que haces, porque a veces parece que todo se vuelva más bonito cuando tú lo tocas. Y aunque a veces parece que las historias más complicadas son las que nos arrancan la piel de los huesos, creo que ni las circunstancias pueden hacerle frente a la manera en que me erizas la piel cada vez que me tocas. Y si tuviera que quedarme con algun paisaje volvería a elegir una y mil veces la manera en la que se te cuela el sol en los ojos a través de tus persianas. Porque en ese momento puede que sí me sienta en casa, y me invada este calor en las venas que nada tiene que ver con la temperatura de afuera.

Y por eso pienso en la suerte, y en ti, y en lo bien que suena mi nombre en tus labios. En lo bien que suena todo contigo. Y en que pase lo que pase, volver a oír tu voz siempre será mi canción favorita.

Las últimas palabras que conjugo en primera persona del plural

Te escribo esta carta autoconvenciéndome de que serán las últimas palabras que te escriba. Porque alguien me dijo una vez que escribir era vivir para los que escribíamos, y tengo que dejar de poner todo mi empeño en (re)vivirte a través de la tinta. Escribo estos últimos versos para ponerle el punto y aparte a nuestra historia, que siempre ha tenido más de magia que de realidad, y por eso al final ha acabado cayendo por el propio peso de las historias que son solamente sueños.

Pero me encantó soñar contigo. Me encantó tenerte cerca. No puedo quitarme de la cabeza tus labios y la forma en la que me susurrabas al oído con la voz rasgada por las ansias de descubrirme entera. Intento no pensar en que no voy a verte más porque al hacerlo se me inunda el corazón de algo parecido a la asfixia, y se me nublan los pensamientos al intentar ponerle algo de racionalidad a una cosa que nunca la ha tenido. Intento prometerme que no voy a escuchar nuestra canción ni a torturarme en silencio cerrando los ojos para pensar en todos los recuerdos tuyos que ahora se me amontonan en la cabeza. Sé que en cada uno de esos momentos fui consciente de que todo esto era tan frágil que podía romperse en un solo soplo, y no me arrepiento de no haberte abrazado suficiente porque además, tampoco podía parar de hacerlo. Ojalá se hubiera parado el tiempo cuando se lo suplicaba en silencio, cuando aún podía decirte sonriendo que eras mía y que quería pasar el resto de mi vida a tu lado. Cuando te pedía entre caricias que por favor, que te casaras conmigo, que eras lo más parecido a la suerte que había encontrado en la vida. Ya sé que solamente tú puedes entenderlo, porque sabes la manera en la que te miraba cuando te tenía cerca, y los ojitos que se me ponían cuando te decía que no quería ser la última vez que te viera. Y aunque todos nuestros encuentros estaban impregnados de un halo de despedida, te besaba con la fuerza estúpida de los amores que crees que van a durar toda la vida.

 
Sé que los demás piensan que esto es una locura y que empezó a acabar desde el momento en que te conocí, pero ya sabes que me encantaría tropezarme contigo hasta tener las rodillas rasgadas de caerme por ti. Porque le perdí el miedo al miedo, por saber que cada vez que te oía podía ser la última, y por saber que cada paso que daba estaba a un paso menos de romperme el corazón. Contigo todas las cosas eran primeras veces, y encendías en mí sentimientos que no sabía ni siquiera que existían. Ya sabes que mezclo todo lo que pienso con pinceladas de poesía, pero en este caso la poesía eres tú, y yo me limito a describirte porque tu belleza se cuela entre las páginas marcándole el estilo por si misma. Soy el mero transmisor de todas las cosas bonitas que tú eres, como si fueran a caber en una página o fueran capaces de describirse por si solas. Tengo tantas cosas que decirte que ni siquiera sé por donde debería empezar. Cada vez que pienso que te lo he dicho todo se me ocurren más motivos para suplicarte que te quedes a mi lado y me dejes hacerte feliz. Cada vez que pienso en ello se me ocurre una razón distinta por la que quiero ser yo solamente contigo.

 
Ya sé que mis ojos te hablaban con mirarte, y que sabes de mí mucho más de lo que jamás llegarás a admitir, pero quería pronunciarlo para que fuera real y no solo una intuición flotando en el aire. Que no puedo definir el momento exacto en que me enamoré de ti, porque cada vez que me sorprendías con otra de tus facetas se me encogía el corazón. Saltaron todas las alarmas de mi autodefensa a avisarme de que tenías todos los componentes para atacar mi sistema emocional de los pies a la cabeza. Que cuidado, que te ibas a clavar en mí y me tendrías que soltar cuando yo ya estaría amarrada a ti con todas mis fuerzas. Me siento tan estúpida por estar sintiendo tantas cosas cuando casi ni te conozco, pero siento que eres todo lo que pedía cuando suplicaba que algo me volviera a calar en los huesos para hacerme sentir viva. Que aposté las pocas cosas de las que disponía a tu favor, emprendiéndola a machetazos contra mis muros para hacerte pasar, sin ser capaz de derribar tus barreras como lo hiciste tú con las mías.

 
Eres la cosa más bonita que me ha pasado en mucho tiempo. Y te hablo de años, de meses y de noches enteras en las que me pasaba las horas mirando al techo preguntando quién sería la próxima encargada de romperme los esquemas. Si es que la había. Porque pensaba que estas cosas se sienten una vez en la vida y yo ya había gastado la mía. Pero nunca nadie antes me había hecho sentirme así de princesa, aunque suene a tópico y a cuento. Que tú ya sabes lo que me gusta vivir en la utopía y contigo todo era tan perfecto que se quedaban cortas hasta las fantasías. Eres uno de esos ejemplos en los que la realidad supera a los sueños.
Sé que el nosotros que nunca ha existido viene más marcado de lo que no somos que de lo que fuimos, y que es inevitable que te idealice ahora cuando lo único que quiero es volver a estar contigo.

 
No sé como despedirme de ti, que le dabas sentido a todo con solo mirarme. Un sentido que nunca ha existido y que veo cómo desaparece a marchas forzadas mientras te veo alejarte de mi vida sin que pueda hacer nada para evitarlo. Ya he gastado todos los intentos antes de morir en ellos, y ahora me queda sobrevivir a estas malditas horas, que se me hacen eternas esperando a que se pase el efecto del dolor agudo que siento en mi lado izquierdo. No me cansaría de repetirte todos los «no quiero» que te he repetido ya tantas veces. Diciéndote que no quiero perderte, ni quiero dejar de verte, ni quiero pensar en que no voy a volver a besarte. Que se me hace horrible la perspectiva de seguir con la vida que tenía antes de conocerte, porque ya no es la misma ahora que sé que tú podrías llenarla de cosas maravillosas. Que es una pena que el límite no fuera el cielo, sino cosas más terrenales y aburridas como los mil obstáculos que teníamos entre nosotras. Y yo como una ilusa dispuesta a darme de cabezazos contra todas ellas por colgarme un rato más de tu sonrisa. Y tú tan sensata como para apartarte y no seguir escribiéndole capítulos a una historia sin sentido.

 
Y a pesar de sentirme como una estúpida nadie puede decirme cómo tengo que sentirme porque ellos no te han conocido. Porque no saben lo fácil que es perder la cabeza y el sentido común por ti. Precisamente las dos cosas que nos han roto a fin de cuentas. Será que lo único bueno que puedo sacar de todo esto es haberte tenido.

 
No encuentro un final a la altura de lo que has sido para mi. Que ahora estarías sonriendo y diciéndome que me tienes en la palma de tu mano, y yo sonriendo diciéndote que más te gustaría pensando que en realidad tienes razón. Que no puedes imaginarte lo bonitos que se ven los atardeceres a través de tus ojos, que no sabes lo fea que me parece la realidad cuando la comparo con tu sonrisa. Y que no te imaginas la de veces que tuve que morderme los labios para no decirte que te quiero. Y te lo digo ahora, en una carta que no vas a leer jamás, en la que quiero que sea la última vez que hable de ti. Ojalá alguien pudiera entenderlo. Pero para ello tendrían que haberte visto desde todas las perspectivas desde las que yo te he visto, y eso prefiero guardármelo dentro. No quiero compartirlo con nadie, ni siquiera conmigo misma. Porque ahora necesito hacer ver que no has existido y que, de todas maneras, era lo mejor dejarlo aquí. Aunque no vaya a pensarlo nunca porque me hubiera gustado seguir conociéndote el resto de mi vida.

 
Y que todo lo demás ya lo sabes. Lo supiste desde el primer momento.

Como cuando nos cruzamos la mirada por primera vez y vi venir la tormenta que nos iba a caer encima. Y aunque las dos sabíamos que el final ya estaba escrito nos dejamos llevar como si lo que estaba por llegar no importase nada.

Porque cómo iba a importar si me mirabas y se me detenía el tiempo.

Si me decías todas esas cosas que me derretían por dentro.

Te juro que no me arrepiento de nada,

y que volvería a equivocarme contigo todas

todas

todas,

absolutamente todas las veces que hicieran falta

si al final,

volvieras a elegir,

y eligieras quedarte conmigo.

 

Sobre el suicidio emocional

Creo que lo supe desde el primer día en que la conocí. Supe que esa sonrisa significaba caída libre, precipitarse al vacío. Recuerdo que me miró con esos ojos y ya decidí que su mirada era mi nuevo lugar preferido en el mundo. Si en ese primer momento hubiera sabido todo lo que quedaba por llegar, me hubieran faltado piernas para salir corriendo.
Recuerdo que me lo dijo, «no quiero arrepentirme de haberte conocido». Ni yo. Porque desde ese primer contacto supe que estar a su lado significaba algo parecido al suicidio emocional, y aún así, la hubiera conocido cincuenta veces más.

No podría ni siquiera poner en duda ninguno de los momentos que compartí en su cama, en sus brazos, besando su espalda. Sé que por más tiempo que pase y por más que maldiga haberla perdido, volverá a mi cabeza la manera en la que me miró cuando se acercó a besarme por primera vez, y volveré a ese sitio y a ese momento suplicando con todas mis fuerzas revivirlo de nuevo. 

Por más lejos que me vaya, o por más barreras que intente interponer, sé que seguirá sonando su voz en mi cabeza y yo enloqueceré cada vez que recuerde cómo era sentirla vibrar enredada en mis piernas.
Me cuesta imaginar que no volveré a cruzarme con sus labios, ni volveré a pegarme a su piel como si cualquier distancia entre nosotras, por más milimétrica que fuera, me quemara las venas. Pero me queda el consuelo de repetirme a mí misma que lo supe desde el primer momento, que quizá empecé a quererla antes de conocerla del todo. Quizá todo lo que pasó luego fue una jugada del destino para decirme «tenías razón, era ELLA, en mayúsculas». Y aunque ahora no me importe haberlo sabido, puedo autoconvencerme de que ha llegado todo al final que esperaba, y que aunque duela, no debería haberme dolido porque debí tenerlo presente antes. Supongo que me permití soñar un poco más de la cuenta, e imaginé noches de más y días eternos, y ahora se me hace simplemente extraño no oírla suspirar por la mañana. 
Pero al fin y al cabo, esto es lo que tenía que pasar. Un final injusto para una historia de amor que ardió tanto que hubo que parar el fuego con rapidez sobrehumana. Y me hubiera gustado que me siguieran devorando sus llamas, pero esparciré las cenizas por mi lado izquierdo recordándome que al menos tuve la suerte de quererla, de tenerla al lado, ni que fuera un instante. Y eso es mucho más de lo que otros podran llegar a decir jamás. 

Todos los ojalá que quedaron en el camino

 

Ojalá me mires cada vez que me mires con el mismo brillo en los ojos, y me digas sin decirme nada que estás donde quieres estar y que ese sitio puede ser cualquiera si es conmigo.

 

Ojalá me repitas cada noche que te gustan mis manos, mis labios, mis ojos, acariciarme la espalda y morderme la boca, que no puedas parar de besarme a todas horas, que sino lo haces te vas a volver loca.

 

Ojalá siga fingiendo que no se me eriza la piel, el corazón y los cinco sentidos cuando me suspiras en el cuello susurrándome bajito.

 

«Que guapa eres, princesa. Me gustas tanto que a veces hasta pienso si no nos habremos conocido antes. Porque es imposible que ya sienta que me entiendes con sólo mirarte, ¿no?».

 

Ojalá sigas hablándome como me hablas, y yo escuchándote como te escucho, y siga pensando «joder, es la chica más bonita del mundo».

 

Ojalá cada mañana me traigas el desayuno a la cama, para que quede relegado a un segundo plano nada relevante porque estás tú en el primero, y enredada entre mis sábanas.

 

Ojalá tus cosas se revuelvan entre las mías, y se cree ese pequeño espacio conjunto de fronteras invisibles, como cuando te abrazo y siento que te late el corazón al mismo ritmo que el mío, que mira que es fácil hacerme feliz sólo estando tan cerca que se nos entremezclen hasta los latidos.

 

Ojalá todos los ojalás del mundo fueran motivos, fueran razones para que te quedaras conmigo. Ojalá hubieran bastado todos los amores que no hicimos, y todas las cosas que dejamos a medias para más tarde. Porque el más tarde nunca llega cuando se ha llegado tarde, y me encuentro que la sensatez está ocupada destruyendo nuestros planes. Ojalá no estuviera diciendo que ojalá estuvieras conmigo, y no tuviera que seguir escribiéndote como si fuera la única manera de tenerte al lado.

 

Ojalá bastara entre nosotras lo poco que le ha bastado al amor para jodernos la historia, cuando ni siquiera había empezado. Ojalá nunca amaneciera y yo siguiera abrazada a tu espalda, abriendo los ojos con todas mis fuerzas para no dormirme y que ninguno de tus suspiros se me escapara. Ojalá hubiera encerrado todos los segundos en cajas para liberarlos por la noche cuando te siento lejos y te echo tanto en falta.

 

Ojalá los ojalás no existieran.

Ojalá no hubieras aparecido en el momento equivocado.

Ojalá fueran los relojes los que estuvieran estropeados y nos devolviesen en besos todas las horas que nos han faltado.

Ojalá recuperara el poco tiempo que he pasado arrimándome a tu espalda.

Y ojalá me eches de menos y vuelvas algun día recordándome que aún te debo esa cuarta cita.

Y ojalá deje de romperme la cabeza pensando que quizás me piensas tanto como yo te llevo toda la noche pensando.

 

Ojalá,

ojalá,

ojalá.

 

Empieza a sonarme estúpida hasta esta palabra. Una súplica irreverente al destino, al que le pido que te ponga de nuevo en mitad de mi camino y haga de alguna manera que me vuelva a tropezar contigo. Porque al fin y al cabo, eso es lo único que quiero.

Y ojalá también tú

quisieras encontrarme de nuevo.